San Francisco es una localidad de la Provincia de Santa
Fe, ubicada en el Departamento General López, a 28 km al noroeste de la ciudad
de Venado Tuerto. Según el INDEC (censo 2010) el pueblo cuenta con 416
habitantes (226 varones / 190 mujeres).
Durante muchos años,
como empleado de la Cooperativa de Electricidad de Venado Tuerto, tuve a mi
cargo la recaudación del consumo de energía eléctrica en esta localidad. Esto
fue aproximadamente entre los años 1965/76.
Allí estaba instalada
la fábrica de dulces y caramelos “El Charabón”, cuya
producción estaba destinada a la empresa de helados y caramelos “Cremalín”.
Entonces había mucho trabajo y la gente tenía un estándar de vida muy distinto
a otras localidades de idénticas características, donde la mayoría de los
habitantes eran empleados rurales.
Desatada la crisis económica
de Martínez de Hoz, San Francisco dejó de ser el mayor concentrador lechero del
sur de Santa Fe; fue entonces que comenzó a desplomarse toda la actividad del
pueblo. De los 600 habitantes que tenía entonces, se redujo drásticamente a
416, según lo indicado más arriba.
De aquellos años
quedaron en mi memoria recuerdos de algunos de los habitantes de entonces, pero
lamentablemente no recuerdo sus nombres, salvo algunos como Balinety, Pedraza,
Serato, Yameta, Obando. Recuerdo al herrero que tenía la estafeta postal que
atendía su esposa e hija, la que contrajo matrimonio con un empleado de correos
de Venado Tuerto y se afincó en el Barrio Cibelli. Curiosamente la familia
Balinety que vivía en la cortada de calle San Martín camino a Cafferata, cuando
se mudó a Venado Tuerto, compró la casa que linda al fondo con la mía. Los
Balinety vivieron muchos años en el barrio y luego se mudaron a un campo.
De vez en cuando me
encuentro con don Isaac Torres, que tenía un coche de alquiler y que también
vive en Venado Tuerto. Un día le pregunté cómo estaba San Francisco y me
respondió: “Cuando voy es porque falleció algún amigo o conocido, pero
ya no conozco a nadie. Quedan muy pocos vecinos de aquellos años”. Y es
lógico, después de 40 años, además del recambio generacional, llegaron nuevos
habitantes.
Ya no existe el
almacén de Ramos Generales propiedad del señor Priotti, frente a la plaza, que tenía
el surtidor de combustible. Tampoco está la tienda que pertenecía a un señor de
origen árabe, propietario de un extenso campo, cuya señora supo ser directora
de la Escuela Fiscal. La tienda era atendida por un señor de apellido Arrigone,
bajo la atenta mirada de un señor anciano que solía estar sentado a un costado.
Según me dijeron era el padre del dueño. Parecía una estaca clavada al suelo,
no articulaba palabra alguna, pero su mirada estaba siempre atenta a todos los
movimientos. Una cuadra más adelante había una mercería. Creo que eran tres
hermanas solteronas, también con varios años a cuestas. Delgadas, de cabellos
negros recogidos, ojos saltones y piel más blanca que la leche. Un día cuando
entré al negocio, solamente había dos de ellas vestidas con batones de luto
riguroso; no pregunté por qué, pero supuse que la finada (QEPD) era la tercera
ausente. Me llamó la atención ese luto extremo que solamente dejaba al descubierto
el rostro y las manos huesudas y cuya costumbre había perimido hacía muchos
años. Al entrar a la mercería, imaginé que era la casa de Bernarda Alba. Pero
no por ello estas santas mujeres dejaban de sonreír y entablar conversación
cordial. Eran muy afables, aunque no sería muy gracioso cruzarse con
ellas en una noche cerrada.
Cuando llegaba al
pueblo por la mañana temprano, lo hacía en un jeep destartalado; entraba por la
calle principal (San Martín) que corre frente a la plaza y continúa hacia
Cafferata. Hacía la primera parada en un boliche que estaba frente a una
cerealera, donde los estibadores se reunían para energizarse y calmar el frío
con unas copitas de ginebra antes de iniciar su faena. Nunca faltó quién me
convidara con una, que yo aceptaba gustoso porque parecía calentarme el cuerpo
que estaba congelado hasta los huesos. Una vez energizado, montaba mi
bicicleta y comenzaba la recorrida. La primera factura que cobraba era la del
bolichero y de ahí partía a recorrer el resto del pueblo.
Un día al iniciar el
recorrido comencé a notar que en muchas casas no había nadie. Eso me complicaba
el día porque, cuando no se encontraba al abonado en su domicilio, tenía que
volver y tratar de cobrar, antes de partir a La Chispa, el otro pueblo al que
iba a recaudar por la tarde, de manera que se perdía mucho tiempo. Cuando le
pregunté a uno de los abonados qué pasaba que no había nadie en algunas casas,
me dijo que seguramente estaban en el sepelio de un vecino que había fallecido
el día anterior. Efectivamente eso era lo que ocurrió, porque un rato más tarde
me encontré con el cortejo fúnebre frente a la parroquia donde estaba medio
pueblo. Ese día demoré la cobranza y mi drama era cómo explicarles a mis
superiores las razones por las que no había podido completar el recorrido
normalmente en los dos pueblos.
En San Francisco hay
una antigua casa muy señorial, cuyas fotos ustedes podrán apreciar más abajo.
En aquellos años estaba totalmente cubierta de malezas. Daba mucha pena ver esa
hermosa residencia abandonada. La idea de algunos vecinos era restaurarla y
destinarla a una escuela o a una biblioteca o museo, pero el costo era
inalcanzable. No obstante (y desconozco quiénes fueron los propulsores) hoy
está limpia de malezas y se puede apreciar su construcción de exquisito gusto
arquitectónico.
Al mediodía me
quedaban muy pocos abonados por visitar, si todo se desarrollaba normalmente.
Entonces hacía un alto en el laburo y me iba a almorzar a la choza que estaba
frente a la plaza, al lado de la comuna y la comisaría. El comedor pertenecía a
la familia Taddía. Siempre me encontraba con gente conocida que andaba de
recorrida por la zona, entre ellos Don Martín, de la antigua firma Martín
Hermanos que visitaba sus clientes.
Un día se avecinaba un
tormentón infernal, viento y tierra seguida por una lluvia torrencial. Una
mujer de punta en blanco que iba en bicicleta a la fábrica se refugió en la
choza y me pidió por favor que la acercara a la fábrica porque si esperaba que
calmara la tormenta iba a llegar tarde a su trabajo. Le dije que sí. Dejamos la
bicicleta al cuidado de la señora del comedor y partimos en el jeep. Un tiempo
después un paisano de origen alemán que trabajaba como contratista en la zona,
fue a pagar la factura de luz a la oficina de la Cooperativa en Venado Tuerto y
se acercó a mí para decirme en voz baja: “Amigo, usted me arruinó el
estofado en San Francisco”. Yo lo miré sorprendido porque no entendía
nada. Entonces continuó: “El día de la tormenta en San Francisco usted
me ganó de mano y la arrimó a la fábrica”. Recién ahí caí en la cuenta
y me sentí aliviado, porque creí haber cometido alguna imprudencia. Sin dudas,
el muy pícaro vejete andaba a la pesca de la dama y esa era una ocasión
perfecta para el pique. Cosas que pasan sin que uno se las proponga.
Antigua casa señorial en vías de restauración |
Otra vista de la antigua casa |
Entrada principal |
Parroquia San Francisco de Asís |
Plaza pública - Homenaje al fundador del pueblo |
Después de muchos años me volví a encontrar con este matrimonio a quienes visitaba mensualmente (2014) |
Interior de la parroquia |
LA CHISPA
Según Wikipedia, el origen del pueblo data del 22
de enero de 1911, fecha en la que se crea el servicio del Ferrocarril Central
Argentino del tramo Carmen-Guatimozín y la estación se denomina «La Chispa».
Una vez inaugurada la estación, se comenzaron a abrir los primeros almacenes de
campaña.
En 1927 la pequeña colonia pasó a ser un pueblo
sin límites de jurisdicción, dependiente de la Comuna de Carmen.
En cuanto a mis recuerdos de “La chispa” más
antiguos datan de la década del 50, cuando mi hermana mayor les daba clases de
inglés a los hijos de don Roberto Cavanagh en la estancia “El Quirquincho”. En
algunas ocasiones la llevamos hasta la estancia, aunque generalmente la pasaban
a buscar los domingos a la tardecita, una vez culminadas las actividades en el
Polo Club. La familia Cavanagh en pleno venía en un automóvil rural grande,
cuya cúpula parecía de madera lustrada. Un típico vehículo rural norteamericano
de la época. Supongo que debió haber sido marca Ford o Chevrolet.
Muchos años después -ya en la década del 60-
siendo empleado de la Cooperativa de Electricidad de Venado Tuerto, me
designaron como recaudador del consumo eléctrico cuando se interconectó a “La
Chispa” a la red provincial de energía. No recuerdo bien cuándo se inauguró,
pero estimo que debió haber sido alrededor de 1967/68. Hasta ese entonces las
localidades aledañas a Venado Tuerto se abastecían de energía eléctrica a través
pequeñas usinas de corriente continua que prestaban un servicio limitado. A las
12 de la noche se bajaba la tensión y se volvía a subir a modo de aviso, eran
guiños que se hacían quince minutos antes para que la gente pudiera acomodar
sus cosas antes del corte. Los sábados
por la noche se prolongaba hasta la una de la madrugada.
Don Hilvano Capechi
“La Chispa” fue uno de los primeros pueblos de la
zona que tuvo energía eléctrica, y unos años más tarde, (1979) el acceso
pavimentado. Sin dudas el señor Hilvano Capechi, comisionista y administrador
de la estafeta postal, fue quien llevó adelante las gestiones ante los
organismos oficiales para lograr la interconexión provincial. Mientras eso
ocurría, yo era secretario del Ing. José María Vieguer, Gerente de la
Cooperativa Eléctrica y cada vez que le anunciaba la llegada de Hilvano
Capechi, Vieguer se agarraba la cabeza. Es que Capechi no le daba tregua. Se
iba hasta la ciudad de Santa Fe y tocaba todos los timbres y se metía en todas
las dependencias gubernamentales para cumplir con cada uno de los trámites
burocráticos que le exigían. Sin dudas debió haber otros vecinos del pueblo que
acompañaron esta gestión, pero aparentemente Capechi era el líder. Años más
tarde la televisión argentina caricaturizaba a un personaje que quería plantar
un arbolito frente su casa y cada vez que se presentaba con la documentación,
salía un burócrata de escritorio y le pedía otro papel cada vez más
extravagante; situación grotesca que movía a risa. Era una sátira perfecta de
lo que ocurría y que todavía persiste (en menor grado) en nuestros días. Por
eso se necesitarían muchos Capechi para lograr concretar una obra pública. Hoy
los políticos hacen las gestiones, pero las estiran como chicles para que su
concreción se produzca antes de alguna elección y hacer una inauguración con
bombos y platillos. Basta un mínimo ejemplo actual, que para inaugurar una
canilla pública de agua potable se congrega una tracalada de funcionarios
municipales y de entes prestadores de servicios para la inauguración de una
canilla pública de agua potable.
Años más tarde el Ing. Vieguer reconocería que, si
no hubiese sido por la perseverancia de Capechi, la electrificación del pueblo
hubiera tardado muchos años más en concretarse.
Lío Comunal
Cuando me designaron para hacer la cobranza en el
pueblo, el presidente comunal era el señor José Montot, que vivía en la zona
rural. Era un hombre de contextura grande, de cabellos blancos y grandes
mostachos. Una buena persona, y así lo consideraba todo el pueblo, pero tuvo un
traspié, se confió de una secretaria que se pasó de rosca y lo embretó en un
tema delicado con los fondos comunales. En ese tiempo se armó gran revuelo y el
Contador Augusto López Cuesta, que fue el auditor contable designado por la
Comisión de Fomento, dijo que "don Montot había sido sorprendido en su
buena fe", lo que corroboraba que se había cometido un ilícito y el buen
hombre debió dejar el cargo.
Casamiento
El día que se formalizó el casamiento de una
pareja del pueblo se hizo una gran fiesta en el club social, al que
concurrieron más de un centenar de invitados. No recuerdo puntualmente los
nombres de los contrayentes, pero sí de haberlos conocido.
El acontecimiento fue celebrado con gran pompa, lo
que denominaríamos de “alta gama” y el hecho novedoso fue la filmación de toda
la celebración a cargo de un productor artístico que vino expresamente de
Buenos Aires con una enorme cámara profesional y camarógrafo incluido. Según me
dijeron, el productor era familiar de uno de los contrayentes.
En las décadas 1960/70 se había instalado la moda
de filmar los actos sociales y, muy particularmente, las reuniones familiares,
lo que les daba a los eventos un toque de distinción. Al menos eso era lo que
se suponía por aquellos años.
El hecho es que esa noche el director artístico de
la filmación le indicaba al camarógrafo dónde ubicarse, cómo hacer las tomas a
lo largo y ancho del salón colmado de comensales. Así estuvo toda la noche de
una punta a la otra acompañando a los novios que saludaban efusivamente a cada
una de las personas ubicadas en mesas individuales. Luego vinieron el vals, las
cintas de la torta, el ramo arrojado por la novia y toda la saga litúrgica que
se practica en los casamientos.
Por fin el camarógrafo tuvo un momento de descanso
y dejó la filmadora sobre uno de los bafles instalados a la par del escenario
donde los músicos seguían dándole a la matraca y los bailarines saltaban
embadurnados con nieve loca, serpentinas y papel picado.
Cuando llegó el momento del descanso y cada uno se
volvió a su lugar para saborear la torta y el champán, el director ordenó al
camarógrafo que tomara la cámara para hacerle un reportaje final a los
flamantes esposos. Cuando el camarógrafo fue hasta el bafle donde la había
dejado, se encontró con que ya no estaba.
En un principio creyeron que alguien la habría
guardado en otro lugar para mayor seguridad, razón por la que comenzaron a
preguntarles a unos y otros si la habían visto, pero nadie tenía una respuesta
certera. Hasta el locutor de la orquesta hizo un llamado por el micrófono, pero
nadie parecía haberla visto. Entonces comenzó una búsqueda desesperada por
todos los rincones, hasta los más insólitos, pero la cámara no aparecía.
Resumiendo: Algún pillo fichó la cámara y en un
descuido se alzó con ella. Hasta donde yo sé, nunca la recuperaron.
Porrazo
El 1º de marzo es el día de mi cumpleaños. Ese
día, Eduardo Marroquín y Wenceslao Nievas, ambos integrantes del Consejo
Directivo del Sindicato de Luz y Fuerza iban a cerrar algunos temas
relacionados a la liquidación de haberes entre el propietario de la usina don
Miguel Torres y el empleado don Arturo Pavesi, un personaje muy particular. La
cuestión es que al tomar la cuerva larga y abierta que hay antes de llegar al
pueblo, el Siam Di Tella que conducía Marroquín, perdió estabilidad por los
guadales, y dio varios tumbos. Felizmente no pasó nada grave, más allá de
algunos magullones y quebraduras. Marroquín siempre decía que ese día cumplía
años conmigo porque había vuelto a nacer. Le agarró un julepe de aquellos.
Cuando uno llega a “La Chispa” se encuentra con la
casa de Ramos Generales que pertenecía al señor Reinares, frente al cruce del
paso a nivel. Siguiendo por la misma vereda de la Calle 2, llegamos a la
carnicería que fuera de don Juan Gallo y más adelante a la izquierda, la
estafeta postal de Hilvano Capechi.
Un poco más adelante, pero volviendo a la mano
derecha de la misma calle, había un taller mecánico. Sobre este taller mecánico
les voy a contar una anécdota.
Mecánico
Un día llegó a “La Chispa” con mujer robada, un
tal Ortíz. Era oriundo de Venado Tuerto, y aunque tenía un defecto nasal (era
gangoso), tenía la virtud de convencimiento. Pero vayamos al principio de la
historia.
A Ortíz lo conocí en su taller de chapería cuando
hacía la cobranza domiciliaria en Venado Tuerto. Demás está decir que nunca
pagó una factura de luz, sino que saldaba la cuenta cuando llegaba la pinza
para cortar el suministro. De esta manera comenzó a endeudarse con usureros y
perdiendo clientes que pagaron trabajos por adelantado que nunca se hicieron.
Además de versero, al negro le gustarle poco el
pique y encima se enamoró perdidamente de mujer casada. Ahí el panorama se
agravó, porque la mujer es la que aprieta y apura, mientras que el hombre,
engatusado, pierde el control de la situación. Así estaba Ortíz, hasta que un
día le pasaron el dato de que en “La Chispa” necesitaban un mecánico. El taller
estaba armado con las herramientas del dueño anterior que había fallecido. Esto
le vino de maravillas a Ortíz que a los apurones una noche cualquiera cargó sus
bártulos y partió con su amante hacia el exilio.
Creo que el contacto lo debe haber hecho a través
de Capechi que prácticamente venía todos los días a Venado y siempre buscaba
solucionar problemas de sus vecinos y mejorar las condiciones de vida de los
habitantes del pueblo. Salvando las distancias, no tener un mecánico era como
no contar con un médico para una emergencia.
El negro se instaló en el taller y alquiló pieza
cocina y baño a la propietaria del galpón que vivía a la par. Para poder
arrancar, Capechi le hizo algunos adelantos y comenzó a funcionar el taller.
Era pleno verano y se acercaban las fiestas de carnaval, que en aquellos años eran
muy festejados por los pueblos y “La chispa” no era la excepción. El tema es
que el nuevo mecánico (muy pillo) encontró una grieta por donde meterse y
hacerse de algunos mangos extras, y les propuso a los organizadores del corso,
fabricar una “nave espacial” que destellaría luces de colores, y que avanzaría
suspendida alrededor de 50 centímetros del suelo mientras emitía sonidos
estridentes. Se ve que su propuesta fue muy convincente, porque la gente se la
aceptó y le adelantaron dinero para que hiciera las compras del material
necesario. Dinero en bolsa el negro partió a hacer las compras, pero les
advirtió que el taller estaría cerrado por unos días para no perder tiempo y
poder trabajar con tranquilidad; la propuesta también fue aceptada. Por varios días se
oyó la radio a todo volumen en el galpón cerrado, pero nadie le prestó atención
porque el hombre estaba trabajando a tope con la nave espacial.
Al tercer día, por esas cosas imprevistas, un
vecino del campo que había llegado al pueblo no lograba que su camioneta
arrancara. No faltó quién le dijera que el pueblo tenía un mecánico y hacia
allá se fue el paisano. Golpeó varias veces el portón de zinc, pero no obtuvo
respuesta, aunque se oía la radio encendida. El perro de la vecina se alborotó
y la dueña de casa salió a ver qué pasaba. El asunto es que no había señales de
vida y comenzó a correrse la bola por el pueblo y a tejerse las conjeturas que
estos casos siempre implican. ¿Y si el hombre estaba descompuesto en el
interior? ¿Y la señora del mecánico? ¿Cómo no atiende ella? ¿Y si les había
pasado algo a ambos? El perro no daba más señales que no pasaron del breve
ladrido que la dueña había calmado y ahora sacudía la cola en señal de amistad,
lo que significaba que no había indicios raros que pudieran alarmar al
vecindario. El paisano volvió a su chata
con el intento de ponerla en marcha, cosa que logró con el auxilio de algún
vecino que algo sabía de carburadores, bujías y baterías.
Cayó la tarde y el mecánico no daba señales de
vida, más allá de la radio que emitió toda la mañana el programa “Rapidísimo”
de Héctor Larrea y ahora un programa deportivo. El asunto es que el pueblo se
alborotó y, como siempre, se piensa lo peor, de manera que había que ir y
tratar de entrar de alguna manera porque nadie respondía a los llamados. Una de
las ventanas estaba entreabierta, pero no era suficiente para que ingresara una
persona mayor, razón por la que lo hizo un pibe chiquito y flaco que se deslizó
sin dificultad. Desde adentro transmitió tranquilidad, no había nada raro, e
inmediatamente destrabó el portón de entrada. Cuando entraron, la verdad es que
todo estaba felizmente “normal”, salvo la falta de todas las herramientas
livianas y algunas pesadas como el aparejo y los gatos hidráulicos, además de
los juegos de llaves, pinzas y todos los juegos necesarios para un mecánico
profesional. El Negro Ortíz había vuelto
a la normalidad.
La gran sorpresa la tuve al mes siguiente cuando
fui a cobrar la luz a San Francisco. El negro alquiló un galpón cuya
propietaria era una señora viuda y que estaba a la entrada del pueblo sobre
calle San Martín. También alquiló una casita modesta frente a la plaza, a la
izquierda de la parroquia, donde se instaló con su pareja. Nunca supe cómo
terminó la historia. Lo que sí me confirmaron fue que la mujer enfermó de
gravedad y falleció al poco tiempo.
El hecho fue real, y movió mis berrinches
literarios, que me llevó a participar de un concurso de narrativa que organizó
un círculo literario para aficionados de Buenos Aires, y cuyas bases se
publicaban en la última página del diario Clarín. Como dije, inspirado en ese
hecho, envié mi “cuento” al concurso y lo titulé “El Negro Ortiz”, y si bien no
saqué el primer premio, me dieron una mención especial. En ese tiempo no
existía la computadora y lamentablemente perdí el original. No obstante,
trataré de recordar las alternativas del caso que volcaré en mi blog de
ficciones.
Misionero
En una visita que hice a “La Chispa” en 2015, por
primera vez entré al templo parroquial. En el atrio me encontré con una
sorpresa. Hay una placa recordatoria del misionero de la Congregación
Pasionista Miguel Lorenzo Doyle, a quien tuve el gusto de conocer en ocasión de
una visita esporádica que hizo a la Parroquia San Cayetano de Venado Tuerto,
estando misionando en “La Chispa”.
En el periódico de la comunidad irlandesa “The
Southern Cross” del mes de agosto de 2015, Catalina Teresa Doyle (religiosa de
la Congregación Adoratrices), publicó un artículo muy interesante sobre su
familia, en el que menciona a su hermano, el Padre Antonio. Por tal motivo, y
recordando que había tomado una fotografía de la placa en la que el pueblo le
manifiesta tanto afecto, envié una nota que decía así:
...Y hablando
de “Ned”
[1]
Sin dudas la historia de “Ned”, relatada con tanto
cariño y sencillez por su hija Catalina Teresa Doyle, nos ha emocionado. Cuando
leí la nota, recordé que en una de las tantas visitas que suelo hacer a las
poblaciones vecinas a Venado Tuerto, encontré en el atrio de la parroquia San
Juan Bautista de la localidad de La Chispa, una placa que los fieles del pueblo
le dedicaron al Padre Antonio de la Virgen Dolorosa.
El metal dice textualmente: “Siempre fue un buen
Pastor – QEPD – Rvdo. Padre Antonio de la Virgen Dolorosa (En el mundo Miguel
Lorenzo Doyle) Nació el 26 de diciembre de 1925 en BsAs. Falleció el 12 de
enero de 2004 en el convento de la Santa Cruz de BsAs. En agradecimiento por el
ejemplar servicio pastoral, sacerdotal y humano prestado a la comunidad de La
Chispa”.
Por supuesto,
se trata nada menos que del segundo hijo de “Ned”, hermano de Catalina y
misionero de la Congregación Pasionista. Infatigable predicador de retiros y
misiones. A pesar de soportar desde su noviciado una salud precaria originada
por afecciones pulmonares, agregadas las repetidas fracturas óseas, siempre se
recuperaba y seguía adelante con su natural buen humor. Finalmente, una caída
le dañó el pulmón sano y se desató una severa infección. Pero a pesar de su
espíritu batallador, sus fuerzas físicas debilitadas no fueron suficientes para
superar el trance y entregó su alma al Señor con la paz de un servidor fiel al
Evangelio.
Además de recordar al Padre Miguel Lorenzo Doyle,
también es bueno rendirles nuestro homenaje a todos aquellos misioneros, y de
un modo muy especial a la Congregación Pasionista, que, en los albores de las
poblaciones del sur de Santa Fe, venían con el mensaje evangélico, sorteando
las dificultades de una época ardua y poco placentera, que ellos animosamente
sobrellevaban con devoción y espíritu cristiano.
Don Antonio Duarte "El peluquero" foto de facebook |
El Peluquero
Antonio Duarte era una persona muy agradable y
servicial. Cuando llegaba a la peluquería, si no estaba atendiendo, nos
poníamos a conversar un rato tomando unos mates. Generalmente iba a cobrar por
la tarde, porque a la mañana hacía la cobranza en San Francisco, aunque a
veces, de acuerdo con las circunstancias, lo hacía por la mañana. Y digo esto
porque una mañana en pleno verano llegué muy temprano, cuando todavía el pueblo
no había despertado. Pasé frente a la peluquería y allí estaba Duarte
sacudiendo batines y aseando su negocio. Me llamó la atención la gran cantidad
de autos estacionados frente a un caserón antiguo que había en la otra esquina
de la cuadra. El sol estaba despuntando y lo primero que se me cruzó por la
cabeza era que había un velorio. Cuando le pregunté a Duarte qué había pasado,
se largó a reír. “¡No! - me dijo- No se murió nadie gracias a Dios. Los muchachos están de timba… Esperá un
momento, ya los vas a ver desfilar…” En efecto, al ratito nomás comenzaron a salir,
y los autos, las chatas de distintos colores y modelos, se pusieron en marcha y
partieron. Según comentarios se armaban jugadas muy fuertes y la mayoría de los
timberos venían de lugares distantes, no eran lugareños. La Chispa gozaba de la
correspondiente “protección”, cuando las jugadas clandestinas estaban
prohibidas, salvo que pagaran el correspondiente peaje.
Cementerio
En esa época, el pueblo no tenía cementerio. Los
fallecidos eran sepultados en Murphy. De ahí venía el cuento de que, para la
inauguración del cementerio, le pidieron prestado un muerto a Murphy. Creo que
posteriormente fueron trasladados los restos de algunos difuntos que habían
sido sepultados allí. No tengo idea quién fue el primer finado que se sepultó,
pero debió haberse inaugurado a fines de los 60 principios de los 70.
El inglés
Había en el pueblo un hombre de origen inglés que
a causa de la guerra quedó mentalmente afectado. Era conocido como
"Dionisio" (Dennis). Aunque tenía una casa provista por sus
familiares, él vivía en una covacha que se había fabricado a orillas de las
líneas férreas, cerca de un cañaveral. Me hubiera gustado hablar con él, pero
lamentablemente nunca se dio la ocasión. Según me contaron los vecinos,
regularmente llegaba desde Buenos Aires un familiar para saldar las cuentas,
dado que los comerciantes y la gente en general, le proveían alimentos. Me
decían que cuando el hombre oía el rugir de algún motor o el de algún avión, se
perturbaba y buscaba refugio entre los matorrales.
Mi primera incursión en el mundo literario local
me llevó a participar en una antología de cuentos que organizó la escritora
venadense Mirley Avalis bajo el lema “Érase una vez una noche buena”, y el
título del cuento: “La Navidad de los Niños”.
Sentado a la
sombre del frondoso ombú de la plaza, parloteaba sobre intrépidas lides
guerreras que conjugaba con fragmentos de Shakespeare, Scott, Yeats…, poetas de
su lengua vernácula.
Su mente perturbada por un tormentoso sueño guerrero
se descontrolaba cuando el absurdo se filtraba por su dañado tejido cerebral.
Le decían “el inglés loco”.
Desde que llegó al pueblo, el viejo Tom pasó a ser
parte de una comunidad que no dudaba en ayudarlo a subsistir. Aquella noche
buena fue Martín, el hijo del panadero, quien se acercó al escondrijo del
inglés, cuya silueta iluminada por la lumbre del brasero, parecía sumida en la
más profunda de las meditaciones.
La visita del chico alegró al solitario personaje,
que dio signos de recuperarse de su desolado aislamiento. Su acostumbrada
parquedad no impidió que le relatara al muchacho la historia de una noche buena
que marcó su confusa existencia.
“Fue en 1944, cuando en plena guerra me encontraba
en Dinant, a orillas del Mosa en la lejana Europa. Aquel día fuimos
sorprendidos por las tropas alemanas y debimos dispersarnos ante una emboscada
sembrada de sangre y muerte. Desesperadamente me refugié en una granja
abandonada. Cuando me repuse de tanto horror y barbarie, era de noche.
Súbitamente oí cánticos navideños entonados por un grupo de niños que
chapaleaban en la nieve camino a la iglesia del pueblo. De pronto una antorcha
se apartó del sendero y enfiló hacia mí. Cuando la luz iluminó la puerta de mi
escondite, escuché con atención un saludo navideño en la vos suave y gentil de
una niña: ‘Joyeux Noël, Monsieur’ dijo, y dando media vuelta regresó a la
marcha festiva. Al día siguiente, hambriento y con mucho frío, salí de mi
refugio. Un silencio apacible pero incierto reinaba en la campiña, y un manto
blanco inmaculado cubría la pradera… En el umbral había un trozo de pan y una
botella de aguardiente. Gracias a la niña sobreviví de aquel infierno”.
Por un instante callaron las voces. Sólo se oía el chisporroteo del fuego y el
chillar de los insectos de la noche… Tomando aliento, el anciano continuó con
voz entrecortada: “Martín, ahora sos vos quien viene a llenar mi soledad y a
ordenar mis sentidos… Una vez leía que, si los viejos no nos hacemos como
niños, seremos siempre almas errantes... Los niños, Martín, son como la
Navidad: el nacimiento y la alegría de la vida…”
El señor Gerardo Reinares, oriundo
de la localidad de La Chispa, me brindó datos muy precisos sobre Dionisio. Su
nombre era Dennis Courtenay Look y era ingeniero civil. Estudió en la Argentina
y trabajó en el ferrocarril. Uno de sus trabajos lo desarrolló en la
construcción del ramal Buenos Aires – Balcarce. Después se alistó como
voluntario en el ejército británico para combatir en la guerra de 1914 y cuando
regresó mostró signos de perturbación mental. Llegó a La Chispa como caminante,
donde se afincó en una choza en las periferias del pueblo. El señor Reinares,
padre de Gerardo, a la sazón propietario de un negocio de ramos generales, fue
designado como apoderado por la familia de Dionisio para que atendiera todas
sus necesidades y demás contingencias, por cuanto éste no manejaba dinero. Un
hermano, que lo visitaba regularmente, residía en Buenos Aires y trabajaba en
el Banco de Londres. Estos datos fueron proporcionados a la familia Reinares
por los familiares de Dionisio, porque éste nunca habló sobre su vida personal.
Dennis Courtenay en su choza Foto de facebook |
https://www.facebook.com/Vivis-o-Viviste-En-La-Chispa-120437167976254/?fref=ts
NOTA II: Agradezco a Lilian Capecchi por recordarme el nombre de don Arturo Pavesi. Gracias nuevamente.
Imagen de la Virgen María |
Interior de la parroquia San Juan Evangelista |
Parroquia San Juan Evangelista |
Familia Rodríguez (vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar) |
Reunión de vecinos de La Chispa el día que se celebró el Centenario de la localidad vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar |
Homenaje al Presidente del Club D. José Montot. En la foto se distinguen los jóvenes José Luis López y Avendaño vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar |
Escuela Fiscal Nº 676 de La Chispa (vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar) |
1º grado turno tarde de la Escuela Fiscal Nº 676 (vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar) |
Escuela Nº 676 de La Chispa
4º, 5º y 6º grados año 1959
vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar
|
|
Escuela Nº 676 de La Chispa
1º Grado Turno Tarde año 1962
(Foto vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar)
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Teresa Amorozo-Directora, Inés Ratari, Susy Priotti, Olga Maionchi, Yazmín Llali, Edelmira Brumat vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar |
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Homenaje a los fallecidos |
Cementerio "La Resurrección" La Chispa - Dpto. Gral. López Santa Fe |
https://youtu.be/18LCdM9-6xs