domingo, 5 de junio de 2016

San Francisco y La Chispa

San Francisco es una localidad de la Provincia de Santa Fe, ubicada en el Departamento General López, a 28 km al noroeste de la ciudad de Venado Tuerto. Según el INDEC (censo 2010) el pueblo cuenta con 416 habitantes (226 varones / 190 mujeres).

 

Durante muchos años, como empleado de la Cooperativa de Electricidad de Venado Tuerto, tuve a mi cargo la recaudación del consumo de energía eléctrica en esta localidad. Esto fue aproximadamente entre los años 1965/76.

 

Allí estaba instalada la fábrica de dulces y caramelos “El Charabón”, cuya producción estaba destinada a la empresa de helados y caramelos “Cremalín”. Entonces había mucho trabajo y la gente tenía un estándar de vida muy distinto a otras localidades de idénticas características, donde la mayoría de los habitantes eran empleados rurales.

 

Desatada la crisis económica de Martínez de Hoz, San Francisco dejó de ser el mayor concentrador lechero del sur de Santa Fe; fue entonces que comenzó a desplomarse toda la actividad del pueblo. De los 600 habitantes que tenía entonces, se redujo drásticamente a 416, según lo indicado más arriba.

 

De aquellos años quedaron en mi memoria recuerdos de algunos de los habitantes de entonces, pero lamentablemente no recuerdo sus nombres, salvo algunos como Balinety, Pedraza, Serato, Yameta, Obando. Recuerdo al herrero que tenía la estafeta postal que atendía su esposa e hija, la que contrajo matrimonio con un empleado de correos de Venado Tuerto y se afincó en el Barrio Cibelli. Curiosamente la familia Balinety que vivía en la cortada de calle San Martín camino a Cafferata, cuando se mudó a Venado Tuerto, compró la casa que linda al fondo con la mía. Los Balinety vivieron muchos años en el barrio y luego se mudaron a un campo.  

 

De vez en cuando me encuentro con don Isaac Torres, que tenía un coche de alquiler y que también vive en Venado Tuerto. Un día le pregunté cómo estaba San Francisco y me respondió: “Cuando voy es porque falleció algún amigo o conocido, pero ya no conozco a nadie. Quedan muy pocos vecinos de aquellos años”. Y es lógico, después de 40 años, además del recambio generacional, llegaron nuevos habitantes.

 

Ya no existe el almacén de Ramos Generales propiedad del señor Priotti, frente a la plaza, que tenía el surtidor de combustible. Tampoco está la tienda que pertenecía a un señor de origen árabe, propietario de un extenso campo, cuya señora supo ser directora de la Escuela Fiscal. La tienda era atendida por un señor de apellido Arrigone, bajo la atenta mirada de un señor anciano que solía estar sentado a un costado. Según me dijeron era el padre del dueño. Parecía una estaca clavada al suelo, no articulaba palabra alguna, pero su mirada estaba siempre atenta a todos los movimientos. Una cuadra más adelante había una mercería. Creo que eran tres hermanas solteronas, también con varios años a cuestas. Delgadas, de cabellos negros recogidos, ojos saltones y piel más blanca que la leche. Un día cuando entré al negocio, solamente había dos de ellas vestidas con batones de luto riguroso; no pregunté por qué, pero supuse que la finada (QEPD) era la tercera ausente. Me llamó la atención ese luto extremo que solamente dejaba al descubierto el rostro y las manos huesudas y cuya costumbre había perimido hacía muchos años. Al entrar a la mercería, imaginé que era la casa de Bernarda Alba. Pero no por ello estas santas mujeres dejaban de sonreír y entablar conversación cordial.  Eran muy afables, aunque no sería muy gracioso cruzarse con ellas en una noche cerrada.

 

Cuando llegaba al pueblo por la mañana temprano, lo hacía en un jeep destartalado; entraba por la calle principal (San Martín) que corre frente a la plaza y continúa hacia Cafferata. Hacía la primera parada en un boliche que estaba frente a una cerealera, donde los estibadores se reunían para energizarse y calmar el frío con unas copitas de ginebra antes de iniciar su faena. Nunca faltó quién me convidara con una, que yo aceptaba gustoso porque parecía calentarme el cuerpo que estaba congelado hasta los huesos.  Una vez energizado, montaba mi bicicleta y comenzaba la recorrida. La primera factura que cobraba era la del bolichero y de ahí partía a recorrer el resto del pueblo.

 

Un día al iniciar el recorrido comencé a notar que en muchas casas no había nadie. Eso me complicaba el día porque, cuando no se encontraba al abonado en su domicilio, tenía que volver y tratar de cobrar, antes de partir a La Chispa, el otro pueblo al que iba a recaudar por la tarde, de manera que se perdía mucho tiempo. Cuando le pregunté a uno de los abonados qué pasaba que no había nadie en algunas casas, me dijo que seguramente estaban en el sepelio de un vecino que había fallecido el día anterior. Efectivamente eso era lo que ocurrió, porque un rato más tarde me encontré con el cortejo fúnebre frente a la parroquia donde estaba medio pueblo. Ese día demoré la cobranza y mi drama era cómo explicarles a mis superiores las razones por las que no había podido completar el recorrido normalmente en los dos pueblos.

 

En San Francisco hay una antigua casa muy señorial, cuyas fotos ustedes podrán apreciar más abajo. En aquellos años estaba totalmente cubierta de malezas. Daba mucha pena ver esa hermosa residencia abandonada. La idea de algunos vecinos era restaurarla y destinarla a una escuela o a una biblioteca o museo, pero el costo era inalcanzable. No obstante (y desconozco quiénes fueron los propulsores) hoy está limpia de malezas y se puede apreciar su construcción de exquisito gusto arquitectónico.

 

Al mediodía me quedaban muy pocos abonados por visitar, si todo se desarrollaba normalmente. Entonces hacía un alto en el laburo y me iba a almorzar a la choza que estaba frente a la plaza, al lado de la comuna y la comisaría. El comedor pertenecía a la familia Taddía. Siempre me encontraba con gente conocida que andaba de recorrida por la zona, entre ellos Don Martín, de la antigua firma Martín Hermanos que visitaba sus clientes.

 

Un día se avecinaba un tormentón infernal, viento y tierra seguida por una lluvia torrencial. Una mujer de punta en blanco que iba en bicicleta a la fábrica se refugió en la choza y me pidió por favor que la acercara a la fábrica porque si esperaba que calmara la tormenta iba a llegar tarde a su trabajo. Le dije que sí. Dejamos la bicicleta al cuidado de la señora del comedor y partimos en el jeep. Un tiempo después un paisano de origen alemán que trabajaba como contratista en la zona, fue a pagar la factura de luz a la oficina de la Cooperativa en Venado Tuerto y se acercó a mí para decirme en voz baja: “Amigo, usted me arruinó el estofado en San Francisco”. Yo lo miré sorprendido porque no entendía nada. Entonces continuó: “El día de la tormenta en San Francisco usted me ganó de mano y la arrimó a la fábrica”. Recién ahí caí en la cuenta y me sentí aliviado, porque creí haber cometido alguna imprudencia. Sin dudas, el muy pícaro vejete andaba a la pesca de la dama y esa era una ocasión perfecta para el pique.  Cosas que pasan sin que uno se las proponga.





Antigua casa señorial en vías de restauración


Otra vista de la antigua casa

Entrada principal


Parroquia San Francisco de Asís

Plaza pública - Homenaje al fundador del pueblo

Después de muchos años me volví a encontrar con este
matrimonio a quienes visitaba mensualmente (2014)


Interior de la parroquia

LA CHISPA

 

Según Wikipedia, el origen del pueblo data del 22 de enero de 1911, fecha en la que se crea el servicio del Ferrocarril Central Argentino del tramo Carmen-Guatimozín y la estación se denomina «La Chispa». Una vez inaugurada la estación, se comenzaron a abrir los primeros almacenes de campaña.

 

En 1927 la pequeña colonia pasó a ser un pueblo sin límites de jurisdicción, dependiente de la Comuna de Carmen.

 

En cuanto a mis recuerdos de “La chispa” más antiguos datan de la década del 50, cuando mi hermana mayor les daba clases de inglés a los hijos de don Roberto Cavanagh en la estancia “El Quirquincho”. En algunas ocasiones la llevamos hasta la estancia, aunque generalmente la pasaban a buscar los domingos a la tardecita, una vez culminadas las actividades en el Polo Club. La familia Cavanagh en pleno venía en un automóvil rural grande, cuya cúpula parecía de madera lustrada. Un típico vehículo rural norteamericano de la época. Supongo que debió haber sido marca Ford o Chevrolet.

 

Muchos años después -ya en la década del 60- siendo empleado de la Cooperativa de Electricidad de Venado Tuerto, me designaron como recaudador del consumo eléctrico cuando se interconectó a “La Chispa” a la red provincial de energía. No recuerdo bien cuándo se inauguró, pero estimo que debió haber sido alrededor de 1967/68. Hasta ese entonces las localidades aledañas a Venado Tuerto se abastecían de energía eléctrica a través pequeñas usinas de corriente continua que prestaban un servicio limitado. A las 12 de la noche se bajaba la tensión y se volvía a subir a modo de aviso, eran guiños que se hacían quince minutos antes para que la gente pudiera acomodar sus cosas antes del corte.  Los sábados por la noche se prolongaba hasta la una de la madrugada.

 

Don Hilvano Capechi

“La Chispa” fue uno de los primeros pueblos de la zona que tuvo energía eléctrica, y unos años más tarde, (1979) el acceso pavimentado. Sin dudas el señor Hilvano Capechi, comisionista y administrador de la estafeta postal, fue quien llevó adelante las gestiones ante los organismos oficiales para lograr la interconexión provincial. Mientras eso ocurría, yo era secretario del Ing. José María Vieguer, Gerente de la Cooperativa Eléctrica y cada vez que le anunciaba la llegada de Hilvano Capechi, Vieguer se agarraba la cabeza. Es que Capechi no le daba tregua. Se iba hasta la ciudad de Santa Fe y tocaba todos los timbres y se metía en todas las dependencias gubernamentales para cumplir con cada uno de los trámites burocráticos que le exigían. Sin dudas debió haber otros vecinos del pueblo que acompañaron esta gestión, pero aparentemente Capechi era el líder. Años más tarde la televisión argentina caricaturizaba a un personaje que quería plantar un arbolito frente su casa y cada vez que se presentaba con la documentación, salía un burócrata de escritorio y le pedía otro papel cada vez más extravagante; situación grotesca que movía a risa. Era una sátira perfecta de lo que ocurría y que todavía persiste (en menor grado) en nuestros días. Por eso se necesitarían muchos Capechi para lograr concretar una obra pública. Hoy los políticos hacen las gestiones, pero las estiran como chicles para que su concreción se produzca antes de alguna elección y hacer una inauguración con bombos y platillos. Basta un mínimo ejemplo actual, que para inaugurar una canilla pública de agua potable se congrega una tracalada de funcionarios municipales y de entes prestadores de servicios para la inauguración de una canilla pública de agua potable.

 

Años más tarde el Ing. Vieguer reconocería que, si no hubiese sido por la perseverancia de Capechi, la electrificación del pueblo hubiera tardado muchos años más en concretarse.

 

Lío Comunal

Cuando me designaron para hacer la cobranza en el pueblo, el presidente comunal era el señor José Montot, que vivía en la zona rural. Era un hombre de contextura grande, de cabellos blancos y grandes mostachos. Una buena persona, y así lo consideraba todo el pueblo, pero tuvo un traspié, se confió de una secretaria que se pasó de rosca y lo embretó en un tema delicado con los fondos comunales. En ese tiempo se armó gran revuelo y el Contador Augusto López Cuesta, que fue el auditor contable designado por la Comisión de Fomento, dijo que "don Montot había sido sorprendido en su buena fe", lo que corroboraba que se había cometido un ilícito y el buen hombre debió dejar el cargo. 

 

Casamiento

El día que se formalizó el casamiento de una pareja del pueblo se hizo una gran fiesta en el club social, al que concurrieron más de un centenar de invitados. No recuerdo puntualmente los nombres de los contrayentes, pero sí de haberlos conocido.

 

El acontecimiento fue celebrado con gran pompa, lo que denominaríamos de “alta gama” y el hecho novedoso fue la filmación de toda la celebración a cargo de un productor artístico que vino expresamente de Buenos Aires con una enorme cámara profesional y camarógrafo incluido. Según me dijeron, el productor era familiar de uno de los contrayentes.

 

En las décadas 1960/70 se había instalado la moda de filmar los actos sociales y, muy particularmente, las reuniones familiares, lo que les daba a los eventos un toque de distinción. Al menos eso era lo que se suponía por aquellos años.

 

El hecho es que esa noche el director artístico de la filmación le indicaba al camarógrafo dónde ubicarse, cómo hacer las tomas a lo largo y ancho del salón colmado de comensales. Así estuvo toda la noche de una punta a la otra acompañando a los novios que saludaban efusivamente a cada una de las personas ubicadas en mesas individuales. Luego vinieron el vals, las cintas de la torta, el ramo arrojado por la novia y toda la saga litúrgica que se practica en los casamientos.

 

Por fin el camarógrafo tuvo un momento de descanso y dejó la filmadora sobre uno de los bafles instalados a la par del escenario donde los músicos seguían dándole a la matraca y los bailarines saltaban embadurnados con nieve loca, serpentinas y papel picado.

 

Cuando llegó el momento del descanso y cada uno se volvió a su lugar para saborear la torta y el champán, el director ordenó al camarógrafo que tomara la cámara para hacerle un reportaje final a los flamantes esposos. Cuando el camarógrafo fue hasta el bafle donde la había dejado, se encontró con que ya no estaba.

 

En un principio creyeron que alguien la habría guardado en otro lugar para mayor seguridad, razón por la que comenzaron a preguntarles a unos y otros si la habían visto, pero nadie tenía una respuesta certera. Hasta el locutor de la orquesta hizo un llamado por el micrófono, pero nadie parecía haberla visto. Entonces comenzó una búsqueda desesperada por todos los rincones, hasta los más insólitos, pero la cámara no aparecía.

 

Resumiendo: Algún pillo fichó la cámara y en un descuido se alzó con ella. Hasta donde yo sé, nunca la recuperaron. 

 

Porrazo

El 1º de marzo es el día de mi cumpleaños. Ese día, Eduardo Marroquín y Wenceslao Nievas, ambos integrantes del Consejo Directivo del Sindicato de Luz y Fuerza iban a cerrar algunos temas relacionados a la liquidación de haberes entre el propietario de la usina don Miguel Torres y el empleado don Arturo Pavesi, un personaje muy particular. La cuestión es que al tomar la cuerva larga y abierta que hay antes de llegar al pueblo, el Siam Di Tella que conducía Marroquín, perdió estabilidad por los guadales, y dio varios tumbos. Felizmente no pasó nada grave, más allá de algunos magullones y quebraduras. Marroquín siempre decía que ese día cumplía años conmigo porque había vuelto a nacer. Le agarró un julepe de aquellos.

 

Cuando uno llega a “La Chispa” se encuentra con la casa de Ramos Generales que pertenecía al señor Reinares, frente al cruce del paso a nivel. Siguiendo por la misma vereda de la Calle 2, llegamos a la carnicería que fuera de don Juan Gallo y más adelante a la izquierda, la estafeta postal de Hilvano Capechi.

 

Un poco más adelante, pero volviendo a la mano derecha de la misma calle, había un taller mecánico. Sobre este taller mecánico les voy a contar una anécdota.

 

Mecánico

Un día llegó a “La Chispa” con mujer robada, un tal Ortíz. Era oriundo de Venado Tuerto, y aunque tenía un defecto nasal (era gangoso), tenía la virtud de convencimiento. Pero vayamos al principio de la historia.

 

A Ortíz lo conocí en su taller de chapería cuando hacía la cobranza domiciliaria en Venado Tuerto. Demás está decir que nunca pagó una factura de luz, sino que saldaba la cuenta cuando llegaba la pinza para cortar el suministro. De esta manera comenzó a endeudarse con usureros y perdiendo clientes que pagaron trabajos por adelantado que nunca se hicieron.

 

Además de versero, al negro le gustarle poco el pique y encima se enamoró perdidamente de mujer casada. Ahí el panorama se agravó, porque la mujer es la que aprieta y apura, mientras que el hombre, engatusado, pierde el control de la situación. Así estaba Ortíz, hasta que un día le pasaron el dato de que en “La Chispa” necesitaban un mecánico. El taller estaba armado con las herramientas del dueño anterior que había fallecido. Esto le vino de maravillas a Ortíz que a los apurones una noche cualquiera cargó sus bártulos y partió con su amante hacia el exilio.

 

Creo que el contacto lo debe haber hecho a través de Capechi que prácticamente venía todos los días a Venado y siempre buscaba solucionar problemas de sus vecinos y mejorar las condiciones de vida de los habitantes del pueblo. Salvando las distancias, no tener un mecánico era como no contar con un médico para una emergencia.

 

El negro se instaló en el taller y alquiló pieza cocina y baño a la propietaria del galpón que vivía a la par. Para poder arrancar, Capechi le hizo algunos adelantos y comenzó a funcionar el taller. Era pleno verano y se acercaban las fiestas de carnaval, que en aquellos años eran muy festejados por los pueblos y “La chispa” no era la excepción. El tema es que el nuevo mecánico (muy pillo) encontró una grieta por donde meterse y hacerse de algunos mangos extras, y les propuso a los organizadores del corso, fabricar una “nave espacial” que destellaría luces de colores, y que avanzaría suspendida alrededor de 50 centímetros del suelo mientras emitía sonidos estridentes. Se ve que su propuesta fue muy convincente, porque la gente se la aceptó y le adelantaron dinero para que hiciera las compras del material necesario. Dinero en bolsa el negro partió a hacer las compras, pero les advirtió que el taller estaría cerrado por unos días para no perder tiempo y poder trabajar con tranquilidad; la propuesta también fue aceptada. Por varios días se oyó la radio a todo volumen en el galpón cerrado, pero nadie le prestó atención porque el hombre estaba trabajando a tope con la nave espacial.

 

Al tercer día, por esas cosas imprevistas, un vecino del campo que había llegado al pueblo no lograba que su camioneta arrancara. No faltó quién le dijera que el pueblo tenía un mecánico y hacia allá se fue el paisano. Golpeó varias veces el portón de zinc, pero no obtuvo respuesta, aunque se oía la radio encendida. El perro de la vecina se alborotó y la dueña de casa salió a ver qué pasaba. El asunto es que no había señales de vida y comenzó a correrse la bola por el pueblo y a tejerse las conjeturas que estos casos siempre implican. ¿Y si el hombre estaba descompuesto en el interior? ¿Y la señora del mecánico? ¿Cómo no atiende ella? ¿Y si les había pasado algo a ambos? El perro no daba más señales que no pasaron del breve ladrido que la dueña había calmado y ahora sacudía la cola en señal de amistad, lo que significaba que no había indicios raros que pudieran alarmar al vecindario.  El paisano volvió a su chata con el intento de ponerla en marcha, cosa que logró con el auxilio de algún vecino que algo sabía de carburadores, bujías y baterías.

 

Cayó la tarde y el mecánico no daba señales de vida, más allá de la radio que emitió toda la mañana el programa “Rapidísimo” de Héctor Larrea y ahora un programa deportivo. El asunto es que el pueblo se alborotó y, como siempre, se piensa lo peor, de manera que había que ir y tratar de entrar de alguna manera porque nadie respondía a los llamados. Una de las ventanas estaba entreabierta, pero no era suficiente para que ingresara una persona mayor, razón por la que lo hizo un pibe chiquito y flaco que se deslizó sin dificultad. Desde adentro transmitió tranquilidad, no había nada raro, e inmediatamente destrabó el portón de entrada. Cuando entraron, la verdad es que todo estaba felizmente “normal”, salvo la falta de todas las herramientas livianas y algunas pesadas como el aparejo y los gatos hidráulicos, además de los juegos de llaves, pinzas y todos los juegos necesarios para un mecánico profesional.  El Negro Ortíz había vuelto a la normalidad.

 

La gran sorpresa la tuve al mes siguiente cuando fui a cobrar la luz a San Francisco. El negro alquiló un galpón cuya propietaria era una señora viuda y que estaba a la entrada del pueblo sobre calle San Martín. También alquiló una casita modesta frente a la plaza, a la izquierda de la parroquia, donde se instaló con su pareja. Nunca supe cómo terminó la historia. Lo que sí me confirmaron fue que la mujer enfermó de gravedad y falleció al poco tiempo.

 

El hecho fue real, y movió mis berrinches literarios, que me llevó a participar de un concurso de narrativa que organizó un círculo literario para aficionados de Buenos Aires, y cuyas bases se publicaban en la última página del diario Clarín. Como dije, inspirado en ese hecho, envié mi “cuento” al concurso y lo titulé “El Negro Ortiz”, y si bien no saqué el primer premio, me dieron una mención especial. En ese tiempo no existía la computadora y lamentablemente perdí el original. No obstante, trataré de recordar las alternativas del caso que volcaré en mi blog de ficciones.

 

Misionero

En una visita que hice a “La Chispa” en 2015, por primera vez entré al templo parroquial. En el atrio me encontré con una sorpresa. Hay una placa recordatoria del misionero de la Congregación Pasionista Miguel Lorenzo Doyle, a quien tuve el gusto de conocer en ocasión de una visita esporádica que hizo a la Parroquia San Cayetano de Venado Tuerto, estando misionando en “La Chispa”.

 

En el periódico de la comunidad irlandesa “The Southern Cross” del mes de agosto de 2015, Catalina Teresa Doyle (religiosa de la Congregación Adoratrices), publicó un artículo muy interesante sobre su familia, en el que menciona a su hermano, el Padre Antonio. Por tal motivo, y recordando que había tomado una fotografía de la placa en la que el pueblo le manifiesta tanto afecto, envié una nota que decía así:


...Y hablando de “Ned” [1]

 

Sin dudas la historia de “Ned”, relatada con tanto cariño y sencillez por su hija Catalina Teresa Doyle, nos ha emocionado. Cuando leí la nota, recordé que en una de las tantas visitas que suelo hacer a las poblaciones vecinas a Venado Tuerto, encontré en el atrio de la parroquia San Juan Bautista de la localidad de La Chispa, una placa que los fieles del pueblo le dedicaron al Padre Antonio de la Virgen Dolorosa.

El metal dice textualmente: “Siempre fue un buen Pastor – QEPD – Rvdo. Padre Antonio de la Virgen Dolorosa (En el mundo Miguel Lorenzo Doyle) Nació el 26 de diciembre de 1925 en BsAs. Falleció el 12 de enero de 2004 en el convento de la Santa Cruz de BsAs. En agradecimiento por el ejemplar servicio pastoral, sacerdotal y humano prestado a la comunidad de La Chispa”.


Por supuesto, se trata nada menos que del segundo hijo de “Ned”, hermano de Catalina y misionero de la Congregación Pasionista. Infatigable predicador de retiros y misiones. A pesar de soportar desde su noviciado una salud precaria originada por afecciones pulmonares, agregadas las repetidas fracturas óseas, siempre se recuperaba y seguía adelante con su natural buen humor. Finalmente, una caída le dañó el pulmón sano y se desató una severa infección. Pero a pesar de su espíritu batallador, sus fuerzas físicas debilitadas no fueron suficientes para superar el trance y entregó su alma al Señor con la paz de un servidor fiel al Evangelio.


Además de recordar al Padre Miguel Lorenzo Doyle, también es bueno rendirles nuestro homenaje a todos aquellos misioneros, y de un modo muy especial a la Congregación Pasionista, que, en los albores de las poblaciones del sur de Santa Fe, venían con el mensaje evangélico, sorteando las dificultades de una época ardua y poco placentera, que ellos animosamente sobrellevaban con devoción y espíritu cristiano.



Don Antonio Duarte
"El peluquero"
foto de facebook

El Peluquero

Antonio Duarte era una persona muy agradable y servicial. Cuando llegaba a la peluquería, si no estaba atendiendo, nos poníamos a conversar un rato tomando unos mates. Generalmente iba a cobrar por la tarde, porque a la mañana hacía la cobranza en San Francisco, aunque a veces, de acuerdo con las circunstancias, lo hacía por la mañana. Y digo esto porque una mañana en pleno verano llegué muy temprano, cuando todavía el pueblo no había despertado. Pasé frente a la peluquería y allí estaba Duarte sacudiendo batines y aseando su negocio. Me llamó la atención la gran cantidad de autos estacionados frente a un caserón antiguo que había en la otra esquina de la cuadra. El sol estaba despuntando y lo primero que se me cruzó por la cabeza era que había un velorio. Cuando le pregunté a Duarte qué había pasado, se largó a reír. “¡No! - me dijo- No se murió nadie gracias a Dios.  Los muchachos están de timba… Esperá un momento, ya los vas a ver desfilar…” En efecto, al ratito nomás comenzaron a salir, y los autos, las chatas de distintos colores y modelos, se pusieron en marcha y partieron. Según comentarios se armaban jugadas muy fuertes y la mayoría de los timberos venían de lugares distantes, no eran lugareños. La Chispa gozaba de la correspondiente “protección”, cuando las jugadas clandestinas estaban prohibidas, salvo que pagaran el correspondiente peaje. 


Cementerio

En esa época, el pueblo no tenía cementerio. Los fallecidos eran sepultados en Murphy. De ahí venía el cuento de que, para la inauguración del cementerio, le pidieron prestado un muerto a Murphy. Creo que posteriormente fueron trasladados los restos de algunos difuntos que habían sido sepultados allí. No tengo idea quién fue el primer finado que se sepultó, pero debió haberse inaugurado a fines de los 60 principios de los 70.

 

El inglés

Había en el pueblo un hombre de origen inglés que a causa de la guerra quedó mentalmente afectado. Era conocido como "Dionisio" (Dennis). Aunque tenía una casa provista por sus familiares, él vivía en una covacha que se había fabricado a orillas de las líneas férreas, cerca de un cañaveral. Me hubiera gustado hablar con él, pero lamentablemente nunca se dio la ocasión. Según me contaron los vecinos, regularmente llegaba desde Buenos Aires un familiar para saldar las cuentas, dado que los comerciantes y la gente en general, le proveían alimentos. Me decían que cuando el hombre oía el rugir de algún motor o el de algún avión, se perturbaba y buscaba refugio entre los matorrales.

Mi primera incursión en el mundo literario local me llevó a participar en una antología de cuentos que organizó la escritora venadense Mirley Avalis bajo el lema “Érase una vez una noche buena”, y el título del cuento: “La Navidad de los Niños”.


Sentado a la sombre del frondoso ombú de la plaza, parloteaba sobre intrépidas lides guerreras que conjugaba con fragmentos de Shakespeare, Scott, Yeats…, poetas de su lengua vernácula.

 

Su mente perturbada por un tormentoso sueño guerrero se descontrolaba cuando el absurdo se filtraba por su dañado tejido cerebral. Le decían “el inglés loco”.

 

Desde que llegó al pueblo, el viejo Tom pasó a ser parte de una comunidad que no dudaba en ayudarlo a subsistir. Aquella noche buena fue Martín, el hijo del panadero, quien se acercó al escondrijo del inglés, cuya silueta iluminada por la lumbre del brasero, parecía sumida en la más profunda de las meditaciones.

 

La visita del chico alegró al solitario personaje, que dio signos de recuperarse de su desolado aislamiento. Su acostumbrada parquedad no impidió que le relatara al muchacho la historia de una noche buena que marcó su confusa existencia.

 

“Fue en 1944, cuando en plena guerra me encontraba en Dinant, a orillas del Mosa en la lejana Europa. Aquel día fuimos sorprendidos por las tropas alemanas y debimos dispersarnos ante una emboscada sembrada de sangre y muerte. Desesperadamente me refugié en una granja abandonada. Cuando me repuse de tanto horror y barbarie, era de noche. Súbitamente oí cánticos navideños entonados por un grupo de niños que chapaleaban en la nieve camino a la iglesia del pueblo. De pronto una antorcha se apartó del sendero y enfiló hacia mí. Cuando la luz iluminó la puerta de mi escondite, escuché con atención un saludo navideño en la vos suave y gentil de una niña: ‘Joyeux Noël, Monsieur’ dijo, y dando media vuelta regresó a la marcha festiva. Al día siguiente, hambriento y con mucho frío, salí de mi refugio. Un silencio apacible pero incierto reinaba en la campiña, y un manto blanco inmaculado cubría la pradera… En el umbral había un trozo de pan y una botella de aguardiente. Gracias a la niña sobreviví de aquel infierno”.

 

Por un instante callaron las voces.  Sólo se oía el chisporroteo del fuego y el chillar de los insectos de la noche… Tomando aliento, el anciano continuó con voz entrecortada: “Martín, ahora sos vos quien viene a llenar mi soledad y a ordenar mis sentidos… Una vez leía que, si los viejos no nos hacemos como niños, seremos siempre almas errantes... Los niños, Martín, son como la Navidad: el nacimiento y la alegría de la vida…”



DATOS agregados el 12 de febrero de 2021

El señor Gerardo Reinares, oriundo de la localidad de La Chispa, me brindó datos muy precisos sobre Dionisio. Su nombre era Dennis Courtenay Look y era ingeniero civil. Estudió en la Argentina y trabajó en el ferrocarril. Uno de sus trabajos lo desarrolló en la construcción del ramal Buenos Aires – Balcarce. Después se alistó como voluntario en el ejército británico para combatir en la guerra de 1914 y cuando regresó mostró signos de perturbación mental. Llegó a La Chispa como caminante, donde se afincó en una choza en las periferias del pueblo. El señor Reinares, padre de Gerardo, a la sazón propietario de un negocio de ramos generales, fue designado como apoderado por la familia de Dionisio para que atendiera todas sus necesidades y demás contingencias, por cuanto éste no manejaba dinero. Un hermano, que lo visitaba regularmente, residía en Buenos Aires y trabajaba en el Banco de Londres. Estos datos fueron proporcionados a la familia Reinares por los familiares de Dionisio, porque éste nunca habló sobre su vida personal. 

Dennis Courtenay en su choza
Foto de facebook




[1] La redactora hablaba de su padre, Ned Doyle

NOTA I: Las fotos de personas fueron tomadas de la página Web a quien agradecemos: 
https://www.facebook.com/Vivis-o-Viviste-En-La-Chispa-120437167976254/?fref=ts
NOTA II: Agradezco a Lilian Capecchi por recordarme el nombre de don Arturo Pavesi. Gracias nuevamente.


Imagen de la Virgen María 

Interior de la parroquia San Juan Evangelista

Parroquia San Juan Evangelista

Fotografía fue subida a facebook por Mercedes Coria y data del año 1959
En el grupo se encuentran, entre otros: Norma Luna, Catalina Taraburelli, Luis Eduardo Ferrari, Miguel Ángel Taraburelli, Nazario Coria y Lucy Aveldaño. La maestra: María Julia Riccome



Familia Rodríguez
 (vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar)
Acto inaugural de la Parroquia San Juan Bautista
El señor Hilvano Capechi (en uso de la palabra) secundado
por el señor Obispo de Venado Tuerto Mons. F. Antonio Rossi
y el señor Edmundo Cavanagh
vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar

Almuerzo servido el día de la inauguración de la Parroquia
Puede verse en primer plano al señor  Sentenach y en la
cabecera de la mesa se observa al Obispo Mons. Rossi y a su
izquierda la señora Juana María Rooney de Cavanagh
vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar

Reunión de vecinos de La Chispa el día que se celebró el
Centenario de la localidad
vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar

Homenaje al Presidente del Club D. José Montot. En la foto se distinguen los jóvenes José Luis López y Avendaño
 vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar

Escuela Fiscal Nº 676 de La Chispa (vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar)


1º grado turno tarde de la Escuela Fiscal Nº 676  (vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar)


Escuela Nº 676 de La Chispa
4º, 5º  y 6º grados año 1959  
 vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar


Escuela Nº 676 de La Chispa
2º Grado Turno Tarde
año 1962

(Foto vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar) 


1º Grado 1974:  Director Fernández, Marta Gelli, Susana Dowling, Julio Rossi, Claudia Rodriguez, Mónica Sentenach, Graciela Maidana, Ángel Díaz, Liliana Morales, Zulma Gorosito, Santos Torales, Leonardo Lucera, Belkis Tisera, Marcelo Escudero, Marcela Tisera, Fabián Escudero, Zulma Tisera, Luis Biglia, Oscar López, Sandra Comba, Claudia Sosa, Cristina Fraysse, Maestra Haydé
vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar

Escuela Nº 676 de La Chispa
1º Grado Turno Tarde
año 1962
(Foto vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar)

Teresa Amorozo-Directora, Inés Ratari, Susy Priotti, Olga Maionchi, Yazmín Llali, Edelmira Brumat
vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar

    vivisovivisteenlachispa.blogspot.com.ar
                                                           



Dr. Pascual A. Dedomenici Oesterheld
*21/7/1911
+ 30/12/2004


RECORDATORIO: Publicado el 30/01/2005

Pascual A. Dr. Dedomenici Oesterheld, q.e.p.d., Fall. el 30-12-2004. - Al cumplirse un mes de su fallecimiento, su esposa M. Luisa; sus hijas Inés y Cecilia y su nieta Fiorella agradecen las expresiones de afecto recibidas y ruegan una oración en su querida memoria.

El Dr Dedominici (conocido simplemente por don Pascual) era uno de los dueños de la estancia "La Rinconada", de profesión abogado. Según testimonios de sus vecinos, vivió muchos años en La Chispa y era una excelente persona. 


Homenaje a los fallecidos

Cementerio "La Resurrección"
La Chispa - Dpto. Gral. López
Santa Fe

https://youtu.be/18LCdM9-6xs